Nicolas II y Alejandra Románov: la intensa historia de amor de los zares rusos que terminó en tragedia

Autor: admin publiko 17 junio, 2021


Los detalles de la boda y matrimonio de los últimos zares de Rusia, la historia de Nicolás II y Alejandra Románov que terminó en tragedia.

Nicolás II y Alejandra Románov, los últimos zares de Rusia, se conocieron cuando él tenía 16 años y ella, 12. Desde entonces, protagonizaron una de las historias de amor más grandes y, a la vez, trágica, de la dinastía de los Románov.

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¿Cómo se conocieron Nicolás II y Alejandra Románov?

En 1884, se casó su tío paterno Sergio Alexándrovich Románov, con la princesa alemana Ella, hija del gran duque de Hesse-Darmamstand, Luis IV y de la difunta Alicia, tercera de los nueve hijos de la reina Victoria de Inglaterra.

A la boda de Ella asistió su hermana menor, Alix Hesse, que tenía solo 12 años de edad.

Eso no fue obstáculo para que Nicolás se fijase en la jovencita de cabellos dorados, con un gracioso hoyuelo en cada mejilla y de carácter alegre.

Ellos hablaron y Alix le contó:

Quedé huérfana a los seis años de edad. Mi madre, Alicia, murió a los 35, de difteria. Desde entonces mi abuela, la reina Victoria de Inglaterra, se hizo cargo de mi custodia y soy su nieta predilecta”.

Alix era conocida en la corte inglesa como Sunny (risueña). La corte alemana, en cambio, la apodaba Spitzbube (pilluela) debido a su carácter travieso y poco dócil.

Nicolás II y Alejandra Fiódorovna Románova (los románov)
Foto: Getty Images

¿Cómo comenzó el romance entre Nicolás II y Alejandra Románov?

Entre Alix y Nicolás, surgió el amor a primera vista. Días después, se dieron cita en la pequeña dacha (así se conocen en Rusia las fincas de recreo) imperial, Alejandría.

Contemplando el paisaje desde una ventana superior, cuando ella le propuso: “Vamos a dejar constancia permanente de este momento único, grabando nuestros nombres en el cristal”.

¿Cómo hacerlo?”, preguntó él.

Es muy fácil. Con los diamantes de mis anillos. Yo acostumbro a rayar los cristales de ese modo”. Entre risas, marcaron sus nombres en la ventana, mientras se juraban amor eterno e incondicional.

Nicolás le pidió a su hermana Xenia, con la cual la princesa Alix había entablado una gran amistad, que le diese una joya para obsequiársela a la muchacha. Esta le entregó un broche de diamantes.

Alix aceptó el regalo de Niki: “Gracias. Me siento muy conmovida, Nicolás”.

Niki estaba feliz: “Deseo que lo conserves como un recuerdo mío”.

Pero, más tarde, Alix lo pensó mejor y como se había criado en la puritana corte de Inglaterra, se arrepintió de su ligereza, que catalogó de impropia.

En un acto sin precedentes, al día siguiente, mientras bailaban en una fiesta que se celebraba en el palacio de Anichkov, ella depositó el broche en la mano de Niki sin pronunciar palabra.

Éste lo devolvió a su hermana, solo para recuperarlo 10 años más tarde, y que volviera a manos de Alix.

Pasarían cinco años sin volver a verse, y sin contacto alguno. Pero no podían olvidarse el uno del otro.

Carrera militar de Nicolás II

Nicolás cumplió el servicio militar en la Guardia de San Petersburgo. Alexánder Volkov, entonces suboficial, le instruía en el arte de marcar el paso y la técnica de desfilar.

Jorge, el hermano de Nicolás, de naturaleza enfermiza, se agazapaba en la maleza para seguir con entusiasmo sus evoluciones militares.

A los 19 años, Alejandro III le confirió a su hijo Nicolás el título de coronel y lo puso al mando de un escuadrón de la Guardia Montada.

El joven fue enviado al campamento militar Krásnoie Seló, en las afueras de San Petersburgo, para las maniobras de verano.

Aunque Nicolás tenía privilegios como miembro imperial, era modesto, gentil y cortés. Se llevaba bien con todos y se sentía feliz.

Esto fue lo que escribió a su madre, la emperatriz María: “Hacemos ejercicios dos veces al día: por las mañanas hay prácticas de tiro al blanco y simulacros de batalla al atardecer o viceversa”.

Le contó que comía y dormía bien, y jugaba con los oficiales al billar, a los bolos, a las barajas o al dominó.

Pero no mencionaba la vida disipada ni que se embriagaban de champán. Tampoco le contaba que había iniciado un romance con una joven judía.

Pero su padre no tardó en enterarse y, como detestaba a los judíos, ordenó expulsar a la joven, junto con todos los suyos, del país.

Nicolás compartía con su amante cuando esta fue requerida para cumplir el mandato imperial. —“Por encima de mi cadáver” —dijo. Pero enseguida entró en razones y no se atrevió a desafiar a su padre.

En San Petersburgo se daban bailes frecuentemente en el Regimiento y Nicolás no se perdía uno.

Zar Nicolás II (Románov)
Nicolás II Foto: Getty Images

El 6 de mayo de 1888, cumplió 20 años de edad y expresó en su diario que estaba “envejeciendo”. Al día siguiente, se contradijo.

Escribió que había asistido a un baile de disfraces que le había fascinado. “Las damas vestían de blanco y los caballeros de rojo. Bailé la mazurca y el cotillón”, expresó.

En 1889, Nicolás, a los 21 años, se había convertido en un joven atractivo, de singular estatura, con los rasgos faciales de su padre y sus grandes ojos expresivos, de color azul acerado. De su madre había heredado su carácter afable, gentil y dulce.

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El reencuentro de Nicolás II y Alejandra Románov

Él seguía interesado seriamente en la princesita alemana, alta y rubia, Alix de Hesse, hermana menor de la gran duquesa Isabel, esposa del gran duque Sergio.

Alix llegó a Rusia para visitar a su hermana Ella, aunque la razón oculta era concertar una cita con su pretendiente, Niki. La Princesa había cumplido 17 años.

Te ves más mujer y luces más hermosa que nunca”, le dijo él.

Las visitas de Nicolás a casa de sus tíos Ella y Sergio se hicieron más frecuentes, para ver a Alix.

El amor entre Niki y ella crecía como río desbordado en las seis semanas que permaneció la joven en Rusia.

Los zares de Rusia se oponían a la relación de Nicolás II Alejandra Románov

Alix no era del agrado de la Zarina ni de su esposo, el Zar. La madre de Nicolás la criticaba abiertamente:

Esa chica está desprovista de todo encanto, parece un tablón de madera. Camina erguida, como si se hubiese tragado un palo de escoba”.

Alejandro III tenía otros planes matrimoniales para su hijo. Aspiraba a una alianza entre Rusia y Francia; consideraba que la princesa Helena de la casa Orleáns, soltera y sin compromiso, hija del pretendiente a la corona de Francia, el conde de París, sería la esposa ideal para lograr sus propósitos políticos.

El Zar argumentó que las distintas religiones que Nicolás y Alix profesaban era un impedimento para la boda entre ellos.

La Princesa pertenecía a la iglesia protestante anglicana de Inglaterra, y Nicolás, a la ortodoxa de Rusia.

Como Alix no estaba dispuesta a renunciar a su fe, que había confirmado hacía unos pocos meses, regresó a Inglaterra un tanto reconfortada. —“No puedo cambiar de religión de la noche al día. La fe que profeso ocupa un lugar central en mi vida” —dijo.

Nicolás aceptó, sumiso, no volver a insistir en su boda con Alix. No obstante, renunció enérgicamente a casarse con la princesa de Orleáns. En lo más íntimo de su corazón, guardaba la esperanza de hacer su sueño realidad: casarse algún día con el amor de su vida, la princesa Alix. —“Habrá que esperar” —se dijo.

El romance de Nicolás II y Mathilde Kschessinska

Desde entonces, Nicolás se dedicó a las reuniones del Consejo Imperial. Este le encomendaba algunas tareas, como recibir algún ministro de un país amigo o presidir un comité para ayudar a los más necesitados; pero, en su vida privada, era muy dado a los placeres del mundo .

Fue cuando conoció a Mathilde Kschessinska, la mejor ballerina integrante del Ballet Imperial, en una cena de graduación de la escuela de ballet, a la que había asistido toda la familia imperial.

Matilde Kschessinska y su romance con Nicolás II
Mathilde Kschessinska Foto: Getty Images

Matilde tenía 17 años de edad, y escribió en su libro de memorias Dancing in Petersburgo, que el zar Alejandro III se había sentado a su lado aquella noche; que le había tomado las manos y le había dicho, con mucho cariño:

Conviértete en la gloria y el adorno de nuestro ballet”. Luego el zar se retiró y el lugar fue ocupado por Nicolás.

Ella lo miró y escribió sus impresiones más tarde: “En nuestros corazones había nacido un impulso irresistible, que nos acercaba el uno al otro”.

Se vieron con frecuencia, porque ella pasaba por delante de Anichkov todos los días, a la hora que sabía que Nicolás acostumbraba a estar con su hermana Xenia, observando la calle desde una ventana del palacio y se decían adiós con la mano.

Él, por su parte, asistía a todas las representaciones de ballet en que ella participaba, que se ofrecía a los oficiales en el teatro de madera de Kásnoie Seló. Pero, como nunca estaban solos, ese verano no llegaron muy lejos en su contacto.

Para alejar a Nicolás, tanto de Matilde como de un posible retorno de Alix, la princesa alemana con educación liberal inglesa, el Zar decidió enviar a su hijo, junto con su hermano Jorge, a un viaje por distintos países que comprendería Grecia, Egipto, la India y Japón.

Después de nueve meses de ausencia, al llegar a San Petersburgo lo primero que hizo el tsariévich fue buscar a Matilde y comenzaron a verse en secreto, tanto en carruajes como en la casa del padre de ella.

Matilde se sentaba, cada domingo, en el hipódromo frente al palco imperial y él la halagaba enviándole flores. Un día, Nicolás le regaló un brazalete de oro con diamantes incrustados y un enorme zafiro. —“Es bellísimo” —exclamó ella. —“Te lo mereces por quererme” —le respondió él.

Ella consideró que necesitaban una casa propia para verse y adivinó que Nicolás compartía su deseo. El padre de Matilde se indignó con la noticia y le dijo a su hija:

Tú no comprendes que el futuro Zar nunca podrá casarse contigo”.

No me importa el futuro, padre” —replicó. “Solo quiero disfrutar de la felicidad que me brinda el destino ahora, por muy breve que sea”.

La casa fue alquilada y Nicolás se quedaba muchas noches con Matilde. Sus amigos lo visitaban allí.

El compromiso de Nicolás II y Alejandra Románov

A comienzos del año 1894, el zar Alejandro III tenía gripe y estaba muy enfermo de los riñones. El médico le diagnóstico una nefritis. —“Empeorará” —advirtió.

El Zar comprendió que ya no había tiempo para preparar a su inexperto tsariévich para sustituirlo, y le dijo a la zarina María:

Al menos debiera dejar a nuestro hijo establemente casado”.

Pero es que Nicolás a la única mujer que ama y tiene en cuenta para casarse es a Alix”.

Aceptémosla”, dijo el Zar.

Fue por eso que ambos condescendieron, aunque de mala gana, a que su hijo hiciera la propuesta matrimonial a la princesa Alix.

Alix amaba a Nicolás y se debatía en sus dudas religiosas. El hecho de que él llegara a ser uno de los emperadores más poderosos de Europa no le importaba.

En 1889, Alix había rechazado la propuesta matrimonial del joven y popular príncipe Alberto Víctor (Eddie), el hijo mayor del príncipe de Gales y, después de él, heredero directo al trono británico.

La reina Victoria, a quien le gustaba el noviazgo, se había admirado de la fuerza de carácter de Alix, cuando esta se negó: “No podré ser feliz con él y él no podrá ser feliz conmigo”.

Era muy extraño que no le importara la encumbrada posición del Príncipe, que todas las solteras de la realeza codiciaban, y que lo hubiera rechazado. Y es que su corazón le pertenecía a Niki.

Con la autorización de sus padres, Nicolás viajaría a Coburgo con sus tíos, los grandes duques Vladimir, Sergio y Pablo, representando a Rusia en la boda de Ernesto, el hermano mayor de Alix. Este había sucedido a su padre como el gran duque de Hesse Dramastadt.

Al ver a Alix de nuevo, Niki se le declaró.

Nicolás nunca le había ocultado a Matilde su amor por Alix y, antes de partir, le dijo que deseaba terminar con ella, porque pensaba comprometerse con la Princesa.

Se separaron en la calle con un adiós. Ella estaba sentada en un carruaje y él montaba su caballo blanco. Cuando el joven se alejó, Matilde estalló en llanto.

Alejandra Románov y Nicolás II se comprometen

Cuando Nicolás y su comitiva llegaron a Coburgo, Alix lo esperaba en la estación. Tres días estuvo batallando él para que la Princesa le diera el sí. —“No, no es posible” —repetía Alix, llorando angustiada.

La reina Victoria, incurablemente romántica, aprobaba el matrimonio de su nieta con el joven ruso y habló con ella, para ayudarla a decidirse. —“Nuestras religiones no son tan diferentes” —le dijo con su estilo de acomodar los problemas.

El Káiser Guillermo II, quien había venido desde Berlín y a quien no desagradaba la perspectiva de que el futuro zar de Rusia se casara con una alemana, también le habló a la muchacha. Pero fue su hermana Ella quien aplacó todos sus temores.

“Cuando me casé con Sergio —le dijo— no me pidió que me cambiase a la religión ortodoxa, ya que él no estaba en la línea directa sucesoria del trono. Sin embargo, me cambié a su religión.

Alix, por favor… un cambio de fe no es una experiencia tan enorme. No te niegues la posibilidad de ser feliz con el amor de tu vida”.

Al día siguiente, ella aceptó. Más tarde, el casamiento se produciría en extrañas circunstancias.

Últimos zares de Rusia (los Románov)
Foto: Getty Images

Anillo de compromiso de Alejandra Románov y otros regalos del Zar de Rusia

Feliz por su compromiso con la princesa Alix, Nicolás II regresó a Gachina y le contó a su familia los acontecimientos más importantes de su viaje. Dentro de un mes viajaría a Inglaterra para visitar a su amada.

En junio se embarcó en el yate imperial ruso ‘Estrella Polar’, en una travesía que duró cuatro días. Desembarcó en Gravesend y allí tomó el tren hasta la estación de Waterloo, Londres, donde lo esperaba Alix.

Caí entre los brazos de mi prometida, que parecía más encantadora y más bella que nunca”, escribiría.

La pareja se dirigió a descansar por tres días al cotagge Whalton on Thames, posesión de la hermana mayor de Alix, la princesa Victoria de Battenberg. Allí se juraron amor eterno.

Después, tuvieron que viajar al castillo de Windsor, donde la reina Victoria los estaba esperando. En Windsor, Nicolás presentó los regalos que había traído para su prometida.

Alix se probó su anillo de compromiso, una joya de oro con una perla rosada: —“¡Es hermoso!” —exclamó admirada. Y recibió con entusiasmo un collar de perlas rosadas, un brazalete con una esmeralda, y un broche de zafiros y diamantes que también le había traído Nicolás.

Pero el regalo principal era un sautoir de perlas, creación exclusiva de Fabergé, el célebre joyero de la corte rusa.

Este es el presente de mi padre, el Zar” —le dijo él, emocionado. “¡Deslumbrante!” —exclamó Alix que jamás había soñado con algo parecido.

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La reina Victoria, moviendo la cabeza ante el despliegue de joyas, dijo a su nieta:

Bueno, Alix, bueno, espero que esto no se te suba a la cabeza”.

¿Cómo fue el noviazgo de Nicolás II y Alejandra Románov?

Pero el zar Alejandro III no solo le había enviado esa joya a su nuera, sino también a su confesor personal, el padre Iánishev, para que la iniciase en la instrucción de la religión ortodoxa.

Alix era impetuosa, y a pesar de las lecciones del sacerdote, solía irrumpir en las habitaciones de Nicolás, y descubrió que él tenía un diario.

¿Me permites escribir algo en él?” —le preguntó.

Lo que quieras, cuantas veces quieras” —dijo él.

A partir de ese momento, ella le llenó el diario con versos, plegarias y mensajes de amor tales como este:

Soy tuya. Tú eres mío y de esto no hay duda. Estás preso en mi corazón y la llavecita se ha perdido, y ahora debes permanecer ahí por siempre”.

La reina Victoria, condescendiente como nunca antes, los dejaba salir a pasear sin chaperona.

Él se creyó en el deber de contar a Alix su pasada relación con la ballerinaMatilde Kschessinska. —“Tentaciones las tenemos todos y Dios habrá de perdonarnos si nos arrepentimos. Lo pasado, pasado” —le dijo ella.

Durante la estadía de Nicolás en Inglaterra nació el príncipe Eduardo, hijo de los príncipes Georgie y May, quien habría de llegar a ser el rey Eduardo VIII, y después de su histórica abdicación por el amor de Wallis Simpson, duque de Windsor.

Nicolás y Alix fueron sus padrinos. “La alegría es general”, escribió Nicolás a su madre.

Antes de su partida, la reina Victoria los invitó a Osborne, su palacio junto al mar, en la isla de Wight.

Un día, Nicolás corrió descalzo entre las bravas olas que se rompían en la orilla arenosa. —“¡Cuidado!” —le gritaba Alix riendo.

A ella le encantaban los secretos y le dio un código por si pudiese serles útil algún día: suamantísima Alice Osborne. Fue una premonición, porque años más tarde lo usaría en el momento más difícil de sus vidas.

Pasadas seis semanas en Inglaterra, Nicolás y Alix se despidieron con lágrimas en los ojos. De vuelta a Gachina, el tsariévich encontró a su padre verdaderamente desmejorado y a todos muy alarmados.

Noviazgo lleno de tragedia

En septiembre, el Zar cometió la locura de tomar el tren con su familia, rumbo a Polonia, para ir a cazar. Empeoró tanto, que fue necesario traer al profesor Leyden desde Viena, quien confirmó una nefritis.

El Emperador debe reposar en el clima templado de la Crimea”, dijo el médico.

Esta vez el enfermo accedió a trasladarse al palacio de verano de Livadia. Aun en el clima adecuado, con una rígida dieta y bajo la vigilancia de los médicos, Alejandro III empeoró, y la Emperatriz, desesperada, mandó llamar a Juan de Kronstadt, un sacerdote a quien sus feligreses atribuían milagros.

Nicolás, presintiendo lo peor, pidió a Alix que viniera a Livadia. Ella viajó de inmediato para reunirse con él. El moribundo monarca insistió en que lo vistiesen de uniforme completo y lo sentasen en un sillón antes de que la princesa Alix entrase en su aposento.

Es la única forma en que el zar de Rusia debe recibir a la futura emperatriz de Rusia”, recalcó él.

Alix, acompañada por Nicolás, se arrodilló ante el zar para recibir su bendición. Así se selló el compromiso formalmente.

Los jóvenes vivieron unos días confusos, mezcla de felicidad y aflicción. Alix fue ignorada prácticamente por familiares, ministros y doctores, que solo estaban pendientes de la gravedad del Zar, y todo se lo comunicaban a la Emperatriz.

Nadie prestaba atención a los novios. Ella se sintió ofendida, porque Nicolás no le daba, ni se daba su lugar. En un pasaje del diario de él, ella escribió: “Muestra tu carácter y no permitas que olviden quien eres. Perdóname, amor”.

El primero de noviembre de 1894, a los 49 años, el zar Alejandro III expiró sentado en su sillón. La emperatriz María se abrazó a su amado cuerpo sin vida, mientras Nicolás, con el rostro lívido se hallaba a sus pies.

El joven tenía 26 años de edad y sintió pánico por el peso que recaía sobre sus hombros al heredar un trono que no estaba preparado para asumir.

Su amigo de juegos infantiles, Sandro, dio fe en sus memorias de la incertidumbre que Nicolás sintió sobre lo que iría a pasar con él, con su familia y con toda Rusia: “No sé nada sobre el arte de gobernar” —clamaba—. “Ni siquiera sé la forma como debo hablar a los ministros”.

Un altar fue levantado frente al palacio de Livadia y, al final de la tarde, un sacerdote con vestiduras doradas, pronunciaba el juramento de obediencia a Su Majestad Imperial, el zar Nicolás II.

Nombramiento de Alejandra Fiódorovna Románova

A las 10 de la mañana del día siguiente, Alix fue bautizada en la religión ortodoxa en la catedral de Fiodor. El primer decreto de Nicolás II como zar fue dar un nuevo título y un nuevo nombre a su prometida.

Desde este instante serás la gran duquesa Alejandra Feodorovna”.

Boda de Nicolás II y Alejandra Románov, últimos zares de Rusia

El quiso adelantar su boda, proyectada para la próxima primavera.

En la familia surgieron discrepancias sobre el escenario de mi boda”, escribió Nicolás.

Mamá y yo opinábamos que era mejor celebrarla aquí mismo, mientras mi padre estuviera de cuerpo presente, pero mis tíos se opusieron. Según ellos debería tener lugar en San Petersburgo”.

A algunos le pareció macabro lo que Nicolás quería. El gran duque Sergio dijo: “Tu boda es un acontecimiento nacional demasiado importante para celebrarlo en Livadia, en privado. Piénsalo mejor”.

El Emperador fue sepultado en la catedral de San Pedro y San Pablo, en San Petersburgo, última morada de los zares de la dinastía Romanov.

Se declaró en todo el país un año de luto. No obstante, la boda de Nicolás y Alejandra habría de celebrarse una semana más tarde, coincidiendo con el cumpleaños de la emperatriz María.

Alejandra le escribió a su hermana: “Nuestra boda me parece una continuación de las misas por el muerto, con la única diferencia de que ahora estoy vestida de blanco y no de negro”.

El 14 de noviembre de 1894, día señalado para la ceremonia, Alejandra lució un modelo antiguo de corte ruso, plateado y un collar de diamantes. Sobre sus hombros colgaba un mantón brocado en oro, con forro de armiño y una larga cola.

María, ahora la Emperatriz Madre, vestía de blanco y había colocado sobre la cabeza de su nuera una refulgente diadema nupcial cuajada de diamantes.

Vestido de novia de Alejandra Románov
Alejandra Fiódorovna Románova en su boda con Nicolás II. Foto: Getty Images

Nicolás llevaba uniforme de húsar y botas.

La ceremonia se celebró en la Iglesia Mayor. No hubo recepción después de la boda ni luna de miel.

Los recién casados se dirigieron al palacio de Anichkov. Jorge, el duque de York, que estaba entre los invitados, escribió a la reina Victoria:

Cuando Alix y Niki salieron en coche del Palacio de Invierno, después de la boda, recibieron una tremenda ovación de las multitudes que llenaban las calles. Los aplausos me recordaron a Inglaterra”.

En Anichkov, María los esperaba para darles la bienvenida con “pan y sal”. Después, ellos se dedicaron a contestar los cientos de telegramas de felicitación.
“Comeremos a las ocho”, dijo María.

La pareja se fue a la cama temprano, según Nicolás, porque a Alejandra le dolía la cabeza. Antes, ella escribió en el diario de su marido como un presagio de la tragedia que el destino les depararía:

Por fin unidos, unidos por vida, y cuando esta vida termine, nos volveremos a encontrar en el otro mundo y seguiremos unidos por la eternidad. Tuya, tuya”.

Matrimonio de Nicolás II y Alejandra Románov

Al principio, la pareja vivió con la Emperatriz Madre en Anichkov, en seis habitaciones destinadas para ellos. Una pequeña salita la usaba el nuevo Zar para despachar sus asuntos oficiales.

Entre entrevistas, Nicolás iba a ver a su esposa a la habitación contigua, donde ella estudiaba lengua rusa, la que jamás llegaría a dominar con fluidez. La pareja se comunicaba en inglés.

Como no tenían comedor, comían con su mamá. Nicolás, al principio de su reinado, acudía a su madre en busca de consejos políticos, y a Alejandra esto no le caía bien.

En las ceremonias públicas, María se presentaba del brazo de su hijo, y Alejandra lo seguía, del brazo de uno de los grandes duques. Ella se sentía ofendida y desplazada.

Vivir bajo el mismo techo y competir por el mismo hombre comenzó a suscitar cierta hostilidad entre nuera y suegra. En especial, hubo un incidente que irritaría mucho a Alejandra.

Tradicionalmente, algunas joyas de la corona pasaban de una emperatriz a su sucesora. El protocolo estipulaba que la que estuviese en turno debía ponérselas en determinadas ocasiones. Pero María, que tenía pasión por las joyas, se negó a entregárselas a su nuera cuando Nicolás se las pidió.

De ninguna manera” —dijo. Humillada, Alejandra declaró: —“¡Jamás volveré a pensar en joyas! De todos modos, no me las pondría”. Ante la amenaza de un escándalo público, la Emperatriz Madre las entregó.

Las tensiones disminuyeron cuando la pareja pasó las vacaciones de verano en Peterhof y más cuando Alejandra descubrió que estaba embarazada. La abuela estaba tan feliz como su hijo y su nuera.

La primogénita de Nicolás II y Alejandra Románov

Nicolás y Alejandra decidieron establecer su hogar en el Palacio de Tsárkoie Seló, situado al sur de San Petersburgo.

La pareja esperaba con ilusión la llegada de un hijo varón, el heredero. Pero, a mediados de noviembre de 1895, cuando a Alejandra se le presentó un parto difícil y sufrió mucho, se olvidaron del sexo del bebé y solo deseaban que no se malograra la criatura y que la madre sobreviviese.

Los artilleros de Kronstad y los de San Petersburgo estaban preparados para disparar 300 cañonazos de salva para anunciar el nacimiento de un príncipe heredero, pero les dieron la orden de disparar 101 cañonazos, que significaba que había nacido una hija: la gran duquesa Olga Nicoláievna, una niña hermosa, con la cabecita cubierta de pelo.

Según el biógrafo Edvard Radzinsky, en su libro ‘El último zar’, la niñera rusa, asistente de la niñera inglesa, afirmó: “Una cabecita cubierta de pelo es una señal indiscutible de que gozará de una gran felicidad futura”.

En este caso, el tiempo demostraría que tal superstición resultó desacertada.

El Zar y la Zarina tenían 27 y 23 años de edad respectivamente. —“Ya vendrá el heredero” —dijo Nicolás—. “Tenemos todo el tiempo del mundo para tener más hijos”.

Alejandra amamantó a su niña, la bañaba ella misma y la arrullaba con canciones de cuna para dormirla.

El nacimiento de Olga coincidió con el fin del luto nacional y un esplendoroso baile, que Nicolás II y Alejandra Románov abrieron, se celebró en el Palacio de Invierno.

Nicolás II y Alejandra Románov con su primogénita Olga
Nicolás II y Alejandra Románov con su primogénita Olga. Foto: Getty Images

Ella continuaba sin dominar la lengua rusa y le resultaba difícil relacionarse con todos.

En la corte decían que era mojigata y aburrida. Por eso ella gobernaba su hogar, mientras su suegra dirigía el país con sus hombres de confianza.

Coronación de los último zares de Rusia: Nicolás II y Alejandra Románov

La coronación se celebró en mayo de 1896, y tuvo lugar en Moscú, donde una multitud que había venido de todas partes del país invadía las calles.

Cuenta el biógrafo Robert K. Massie en su libro ‘Nicolás y Alejandra’, que dentro del Kremlin habían extendido una alfombra de terciopelo sobre los peldaños de la célebre “Escalera Roja”, por donde tendrían que pasar el Zar y la Zarina hacia la Catedral Uspenski, donde tendría lugar la ceremonia.

Su interior resplandecía de luces, bajo sus cúpulas de oro. Las paredes estaban cubiertas de frescos luminosos, y delante del altar se levantaba el iconostasio, un biombo cuajado de piedras preciosas. Todo era lujo y esplendor.

Durante la procesión, Nicolás II desfiló con su uniforme verde y azul, y una banda roja cruzándole el pecho. A su lado, Alejandra lucía un vestido ruso blanco y plateado y una banda roja le cruzaba el hombro. Llevaba perlas rosadas.

Matilde Kschessinska, que estaba en una tarima, escribió en su libro de memorias Dancing in Petersburgo:

Fue muy doloroso ver pasar al Zar, que seguía siendo Niki para mí, un ser que adoré y que nunca habría de ser mío”.

Nicolás se sentó en el trono diamantino del zar Alexis, hecho en el siglo XVII, que tenía incrustados en su superficie 870 diamantes y otro tanto de perlas y rubíes. A su lado, Alejandra ocupó el trono de marfil, traído a Rusia por Iván el Grande.

Después de que Nicolás orase por Rusia y todo su pueblo, fue ungido con el óleo santo. Entonces pronunció su juramento como Emperador y Autócrata de todas las Rusias, de gobernar el imperio y preservar la autocracia.

Luego, por primera y última vez en su vida, entró al santuario para recibir el sacramento como sacerdote de la Iglesia. Mientras avanzaba hacia los escalones del altar, inexplicablemente la Orden de San Andrés, que lucía en el pecho, cayó al suelo.

Para Alejandra (que de pronto se reveló como supersticiosa) fue un funesto presagio, que la asustó mucho.

Según la tradición rusa, un zar debe coronarse a sí mismo. Nicolás, tomando la pesada corona imperial, hecha en 1742 para Catalina la Grande, la colocó sobre su cabeza; luego se la quitó y la puso sobre la de Alejandra. Finalmente, volvió a acomodarla sobre su cabeza y le puso una corona más pequeña a su esposa.

Coronación de los últimos zares de Rusia
Foto: Getty Images

Durante todo el día, Nicolás tendría que soportar la corona que se le encajaba en la cicatriz que antes le había hecho el fanático japonés, y le produjo dolor de cabeza.

Siete mil invitados asistieron al banquete de la coronación. Por la noche hubo un baile y los vestidos escotados de las mujeres rusas escandalizaron a las extranjeras. El despliegue de joyas de todos los asistentes era impresionante.

Alejandra tenía en torno a la cintura una faja de diamantes y el propio Nicolás, un cuello de diamantes que bajaba hasta el pecho.

Esa noche, toda la ciudad de Moscú brilló con una iluminación especial, cuando Alejandra apretó un botón escondido en un ramo de rosas y se encendieron a la misma vez millares de bombillas eléctricas.

Los malos presagios de los Románov

Al día siguiente, se había dispuesto la celebración al aire libre con el pueblo. El lugar escogido por las autoridades había sido la pradera de Jódinka, unos terrenos fuera de la ciudad.

Desde el amanecer, más de 500 mil campesinos habían llegado para ver al nuevo Zar y la nueva Zarina que los saludarían desde una tarima. En tales festejos solían distribuirse pequeños regalos entre los pobres. En esta ocasión habían traído tazas esmaltadas, cada una con el sello imperial, y centenares de toneles de cerveza para ser repartida gratis.

Cundió el pánico cuando se corrió el rumor de que no había suficiente para todos. La multitud enloqueció y se abalanzó sobre los carretones que tenían la cerveza y las tazas. Dos mil personas murieron y otros miles quedaron heridos al precipitarse a las trincheras o al ser aplastadas por el tumulto.

Nicolás II y Alejandra Románov quedaron abatidos. Ella tomó el desastre como otro funesto presagio, y Nicolás le dijo:

Voy a retirarme a rezar. No asistiremos al baile que ofrece el embajador de Francia. El comprenderá

Sus tíos intervinieron de inmediato. Principalmente, el gran duque Sergio. “No puedes hacer ese desaire a un país amigo. El gobierno francés ha enviado valiosos tapices y tesoros de platería de París y Versailles, además de 100.000 rosas del sur de Francia, para el baile en tu honor«.

Para expresar su dolor, Nicolás ordenó : “Los muertos deben ser sepultados en ataúdes individuales y no en fosas comunes, como se acostumbra en tales casos.
Será pagado con dinero de mi fortuna privada y quiero que se les entregue a los familiares una donación de mil rublos”.

Fue una penosa velada. Alejandra tenía los ojos enrojecidos y Nicolás se veía profundamente conmovido en el baile.

Al día siguiente ellos se dedicaron a visitar a los heridos en los hospitales. Pero no dejó de ser un error su asistencia al baile por encima de la tragedia y fueron criticados de insensibles.

Nicolás II y Alejandra Románov como zares de Rusia

El pueblo esperaba del nuevo Zar cambios necesarios, pero según el historiador E. M Halliday, autor del libro, ‘La revolución rusa’, Nicolás veneraba la memoria de su padre y esto dio origen a una fatal paradoja.

Incapacitado para reinar como monarca absoluto, anunció no obstante, que mantendría la situación tal como la dejó su progenitor.

Poseía un gran encanto personal, pero le faltaba la visión de un gran líder. Después de la coronación, el Zar le dijo a la Zarina:

Tenemos que cumplir con algunos viajes protocolares”.

Juntos fueron a Viena, a visitar al emperador de Austria-Hungría, Francisco José. Pasaron por Breslau para intercambiar impresiones con el káiser Guillermo II de Alemania.

Después estuvieron en Copenhague con los abuelos maternos de Nicolás, el rey Christian IX y la reina María Luisa de Dinamarca.

Alejandra le hizo una petición a su marido: “Vayamos al castillo de Balmoral para que mi abuela, la reina Victoria, conozca a su biznieta Olga”.

Los últimos Románov

Cada dos años, Alejandra tenía una hija. Después de Olga, nacieron las grandes duquesas Tatiana, en 1897, y María, en 1899.

Jorge, el gran duque hermano del Zar, murió de tuberculosis. En enero de 1901, la reina Victoria murió, pero Alejandra, a pesar de su dolor, no pudo asistir a sus funerales por estar embarazada de su hija Anastasia.

En un intento por expandir el territorio ruso en Asia, se produjo la pequeña guerra ruso-japonesa en 1904, que finalizaría con la derrota rusa, un año después.

Alejandra estaba nuevamente embarazada y el 12 de agosto de 1904 dio a luz, en un parto que duró menos de una hora, el ansiado hijo varón, el heredero, al cual llamaron Alexis, Toda la familia estaba feliz y el pueblo lo recibió con vivas.

El niño tenía el pelo rubio y los ojos azules. Parecía muy sano, pero seis semanas más tarde, durante tres días, sufrió unas hemorragias intermitentes por el ombligo.

Nicolás II y Alejandra Románov estaban muy preocupados. Pasaron los meses y Alexis comenzó a pararse en la cuna, a gatear y a intentar dar pasitos, pero cuando se caía se le formaban moretones en los brazos y piernas. Un par de horas después, se convertían en hinchazones porque la sangre debajo de la piel no se coagulaba.

Tengo una sospecha —dijo el Zar. —Yo también —se echó llorar Alejandra, desconsolada—. Puede ser que nuestro hijo tenga hemofilia”.

La hemofilia había aparecido en los últimos 100 años de esa época en las casas reales de Gran Bretaña, Rusia y España. Las mujeres la trasmiten y los hombres la padecen.

Alejandra comprendió que había heredado esa desgracia, ya que la reina Victoria era un agente trasmisor y su madre, Alice, y su hermana Beatriz también lo habían sido y le trasmitió a ella misma el gen mutante.

A partir de entonces, el fatalismo empezó a dominar al Zar y su visión del mundo.

Los Románov
Foto: Getty Images

La caída de los Románov

Su gobierno comenzó a tener serios problemas. La mañana del domingo 22 de enero de 1905 una marcha pacífica, pero gigantesca, formada por 200.000 personas y encabezada por el cura Grigori Gapón, se dirigía al Palacio de Invierno demandando mejores condiciones de trabajo y también para apoyar el movimiento de los derechos civiles.

Los guardias del Zar y la policía se pusieron nerviosos y abrieron fuego contra la multitud, siendo el cura Gapón una de las primeras víctimas en caer. Hubo unos 200 manifestantes heridos y unos 150 muertos.

Cuando la noticia se expandió, los obreros de las fábricas se declararon en huelga, y policías y funcionarios del gobierno fueron asesinados en pueblos y ciudades. La organización terrorista SR, mató al gran duque Sergio, tío del Zar.

Nicolás se vio forzado a establecer una asamblea nacional de representantes que iba a recibir el nombre de Duma Imperial, para asesorar al gobierno.

Durante estos acontecimientos, le fue confirmada la enfermedad de su hijo Alexis.

Nicolás II renuncia al reino de Rusia

En febrero de 1917, viéndose perdido y abrumado por la fuerza tan contundente y avasalladora que el pueblo iba adquiriendo, bajo el liderazgo de Lenin, por un lado, y el de Kerensky, por el otro, Nicolás II tomó la decisión de abdicar.

Primero le aconsejaron que lo hiciera a favor de su hijo Alexis, pero el Zar no podía dejar el gobierno a su heredero tan enfermito.

Fue así como a pensamiento propio o insinuación de otros, abdicó a favor de su hermano Miguel, Pero nadie quería a otro Romanov en el poder.

Tras negarse el monarca Jorge V a aceptar su exilio en Inglaterra, Nicolás II y su familia fueron trasladados a Tobolsk, Siberia, en cautiverio.

Allí, el Zar pudo tomar el sol con sus hijos en el tejado de un granero y estudiar en la mesa que hacía las veces de escritorio.

Los bolcheviques, luego conocidos como comunistas, que asumieron el poder en noviembre, les pusieron guardianes más severos y les restringieron la comida.

Finalmente, en abril de 1918, Nicolás II y Alejandra Románov fueron trasladados a Ekaterimburgo, en los Urales. Sus hijos quedaron en Tobolsk, pero los bolcheviques no tenían intención de dejar separada a la familia.

Cuando los contrarrevolucionarios avanzaron hacia el Oeste, hubo una esperanza de que Nicolás pudiese ser rescatado y recobrar el poder. Entonces Golóshchekin decidió fusilar a toda la Familia Real.

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Cómo murieron los Románov: Nicolás II y Alejandra Románov

El13 de julio dio la orden a Iurovski. En los siguientes tres días, juntos recorrieron los bosques que rodeaban la ciudad. A 25 kilómetros de Ekaterimburgo descubrieron una galería de mina abandonada, cerca de cuatro pinos conocidos como “Los cuatro hermanos”.

Mientras tanto, Voikov, otro miembro del Soviet de los Urales, estaba comprando unos depósitos que contenían 200 kilos (440libras) de ácido sulfúrico.

Cuenta el biógrafo Robert K. Massie en su libro ‘Nicolás y Alejandra’, que el 16 de julio de 1917, Iurovski convocó a todos los hombres de la Cheka en su cuarto y ordenó que juntaran todos los revólveres de afuera.

Esta noche”, dijo, “fusilaremos a toda la familia, a todos. Digan a los guardias que no se alarmen si oyen disparos”.

A las 10:30 de la noche los Romanov fueron despertados por Iurovski.

Vístanse rápido y bajen. El Ejército Blanco se está acercando a Ekaterimburgoy el Soviet Regional ha decidido que los traslademos a otro lugar”.

Sin sospechar nada, Nicolás fue el primero en bajar las escaleras, llevando en brazos a su hijo Alexis, que estaba adormilado y se aferraba con sus brazos a su cuello.

Alejandra y sus hijas les siguieron. Detrás, el doctor Botkin, el ayuda de cámara del Zar, Trupp; el cocinero Jaritónov y Deminova, la doncella de la Emperatriz, que llevaba dos almohadas. Anastasia cargaba en sus brazos a su perrito Jimmy.

Cuando todos estuvieron acomodados, entró Iurovski, seguido por todo su escuadrón de la Cheka, con los revólveres en mano y les dijo: —“Sus amigos han procurado salvarlos, pero han fracasado.Ahora debemos fusilarlos”.

Nicolás, sin dejar de rodear con el brazo a Alexis, se levantó para proteger a su mujer. Iurovski le hizo un disparo en la cabeza, matándolo instantáneamente. Sus hombres dispararon a los restantes. Fue una matanza horrible.

Como aves de rapiña, los guardias hurgaron, buscando joyas, e hicieron un descubrimiento único. Cosido al corset de la emperatriz Alejandra, encontraron un par de dragones verdes tallados en esmeraldas, que Rasputín le había regalado años antes.

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Durante tres días los cadáveres fueron desmembrados y quemados en una pira alimentada por leña y gasolina. Los huesos más grandes resistieron el fuego y fueron desintegrados con el ácido sulfúrico.

Finalmente, las cenizas y los residuos los arrojaron a un estanque de agua que había en el fondo de la galería de la mina.

Fueron muchos los interesados en saber qué habían hecho con los Románov y se abrieron investigaciones. Existió incluso la leyenda de que Anastasia fue la única que se salvó de la masacre y que hace años murió en los Estados Unidos.

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