Estudihambres: Historias de la vida real

Autor: Publiko 31 julio, 2018


Oh, la universidad. Esa etapa hermosa de la vida en la que aún tienes fe en la humanidad, tienes sueños y esperanzas, crees que puedes cambiar el mundo y una cruda no te impide salir de tu casa… la pura buena vida (si omites la sopa instantánea todos los días y las noches sin dormir por estudiar como robot). Varios lectores nos compartieron sus mejores anécdotas como estudiantes:

Ganando como siempre

En mi primer semestre de la carrera no me fue muy bien. Me costó mucho trabajo adaptarme y la cagaba constantemente: llegaba tarde a clases, olvidaba las tareas, me iba mal en los exámenes… Por más que me esforzaba, no daba una. Una de las peores fue cierto día que llegaba muy tarde a una clase (más tarde de lo habitual) y tenía examen. Entré al salón con toda la discreción posible, no sin llamar la atención de los alumnos que ya estaban ahí y del profesor… un profesor que no era mi profesor. Pensé que tal vez había enviado a un adjunto, así que me senté en una esquina a esperar a que me llegara el bendito papel y acabar con eso. Pero el señor estaba dando una clase y no tenía nada que ver con lo que yo estudiaba. Me tardé unos 15 minutos en darme cuenta de que me había metido a otro salón. Todos ya lo habían notado y yo no sabía qué hacer porque no quería verme todavía más estúpido saliéndome a la mitad. Me quedé hasta que acabó, por puro orgullo y respeto al profesor. Perdí mi examen, reprobé la materia y el grupo 312 de esa carrera me ubicó para siempre como el pendejo que se equivocó de salón aquella vez y no se salió.

Guillermo- exalumno

Pueblerina, ebria, devastada

Llegué de intercambio a la Ciudad de México de un pueblito a las afueras de Guadalajara. Nunca había vivido en una ciudad y, mucho menos, sola. Me ganó la locura, me volví fiesterísima, mi casa se convirtió en un antro y terminaron corriéndome después de 6 meses de fiestas continuas, vivía entre cruda y ebria, pero así logré terminar mi estancia de intercambio con un promedio de 9,5. Regresé a mi pueblo después de un año y no pude adaptarme a la lentitud y la falta de fiesta. Ahora estudio en Guadalajara y trato de equilibrar mi fiesta con mis estudios. Sólo espero no morir en el intento.

Pau – ya casi acaba la carrera (si es que lo logra).

El primer día

Nunca voy a olvidar mi primer día de universidad. Todo lo que salió mal, salió mal. Llovió horrible y llegué muy tarde a mi primera clase que impartía una doctora mamonsísima que no soportó ver mis jeans empapados y no dejó de juzgarme toda la clase y el semestre (después de eso, nunca pude ganarme su simpatía), tuve que sentarme en el piso y dejar un charco, olía a perro mojado y los compañeros sentados junto a mí se alejaron (todos eran muy mamones en esa escuela)… pero lo peor fue el ataque de tos de 20 minutos seguidos que me dio justo al sentarme  para tomar la clase. Empecé a ahogarme con mi saliva y tuvieron que detener todo porque estaba al borde del vómito y no podía salirme del salón porque estaba atorada en el piso en una esquina y, según yo, eso iba a llamar más la atención que todo mi desmadre anterior. Fue espantoso.

María – exalumna (ella sí lo logró).

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