Ir a festivales a los 20 vs 30
Autor: Publiko 11 abril, 2018
“No es lo mismo Los tres mosqueteros que Veinte años después.”
Todos pensamos que la juventud es infinita, pero no es así… Aquí te contamos qué se siente vivir un festival de música a los 20 y hacer lo mismo unos añitos después.
A los 20 estás dispuesto a ir a ver a los grupos que abren. No importa si debes salir de tu casa sin desayunar, no hay nada que una chela y un taco de canasta no puedan solucionar. Tampoco importa si no conoces a ninguno de los primeros grupos, lo importante es evitar el FOMO a como dé lugar. Lo mejor de todo es que puedes repetir la acción al día siguiente.
Cuando llegan los 30 el desayuno se vuelve indispensable, es posible que si no te alimentas correctamente desde tu casita te deshidrates a media tarde, te agarre una diarrea de miedo o simplemente mueras de sueño antes de que se meta el sol. En casos extremos de vejez prematura, no tienes empacho en saltarte a unas cuantas bandas primerizas, lo único que te importa es ver al headliner (probablemente los que abrieron cuando tenías 20).
¿Miedo a la lluvia? Eso es para tus tías. A los 20 tus prendas favoritas son capaces de absorber un pequeño chubasco y recuperarse para la segunda mitad del festival. Si eres un veinteañero precavido, tomaste una sudadera del clóset antes de salir, pero no más.
En cambio a los 30 cargas no sólo con una sudadera y doble playera en la mochila, también llevas impermeable, gorra y bloqueador. Sería una pena pasar con gripa el segundo día de festival.
La cruda se inventó para los débiles. Cuando eres joven puedes beberte una pila de chelas que presumes orgulloso al caminar, además de tres Ziploc de Bacardí que tus amigas metieron de contrabando y combinaste con un refresco caliente. Eso sin contar que si eres un destrampadote probablemente ingeriste sustancias un poco más ponedoras que el alcohol.
Lástima, a los 30 puedes tomarte unas cuantas chelas, pero ya no saltar en primera fila. Ahora te sientas cómodamente atrás de la multitud mientras fumas un cigarro y miras con amor a esos cuatro chavitos que vienen abrazados y gritan a todo pulmón. Ellos llegaron desde la mañana, mientras tú disfrutas a tu primera y última banda de la noche.
Sí, crecer duele.