Estudihambres: historias de la vida real
Autor: Publiko 18 septiembre, 2018
Oh, ser estudiante. Esa hermosa etapa de desveladas por tarea, mucho café cargado y mucho tiempo frente a la computadora tratando de salvar una materia. Entre textos, estrés y sueño, se atraviesan experiencias que atesoras el resto de tu vida aunque, honestamente, sean pendejadas. Aquí algunas de nuestros queridos lectores:
El compañero misterioso
Justo en mi primer día de la universidad vi a un chico muy guapo por los pasillos. Nunca supe de qué carrera era, si era nuevo como yo o ya llevaba ahí un rato, cómo se llamaba… nada, pero de vez en cuando lo volvía a ver por los pasillos, en el jardín o en la cafetería. Lo raro era que un día lo veía normal y dos meses después lo veía más gordo y mal vestido. Dos semanas después, lo volvía a ver como la primera vez. Y así fue durante los 4 años de carrera, súper confuso. Cuando lo veía en su versión “fea”, me cuestionaba mis gustos y pensaba: “Tal vez cuando lo veo guapo es porque estoy ovulando y estoy muy caliente y veo a todos guapos”. Y cuando lo veía en su versión guapa decía: “No, es que sí está guapo”. Un día, a finales de mi último semestre, estaba en la biblioteca investigando para un ensayo y su versión fea se sentó en mi mesa. Como una hora después, se fue y yo me clavé en mi ensayo. Para cuando levanté la vista, lo vi ahí otra vez, pero esta vez en guapo. Entre el cansancio y el estrés, estaba en una confusión que hasta me dolía la cabeza: ¿QUÉ ESTÁ PASANDA? Sentí que ya me había vuelto loca. Algo así como media hora después, el misterio fue develado: Eran gemelos. De pronto los dos se sentaron en mi mesa y, en efecto, uno era guapo y el otro no, pero idénticos. Me habían hecho cuestionarme mi salud mental durante cuatro años, pero, afortunadamente, el misterio se solucionó antes de que saliera de la universidad y me quedara con la duda eterna.
Siria, Egresada
El maestro sexy
En mi segundo semestre tuve a un maestro estúpidamente sexy. Claro que ayudaba que era súper inteligente y tenía el sentidazo del humor. Prácticamente 8 de cada 10 alumnas y 3 de cada 5 alumnos lo deseaban y lo veíamos con amor durante las dos horas de clase, como viles quinceañeras horribles. Un día, nos explicaba algo sobre la mitología griega; no recuerdo qué ni porqué ni nada, pero lo que jamás se me va a olvidar es que usó la frase “come partes” para ejemplificar o explicar una obscenidad grecolatina obviamente relacionada con el sexo oral. Y así, como viles quinceañeras horribles, nos pusimos rojas, nos volteamos a ver (ya nos teníamos identificadas como el club de fans) y nos reímos como idiotas. Universitarias ridículas, eso es lo que éramos.
Laura, en tesis
La maestra de secu
Había una clase en la que nadie hacía las tareas ni leía los textos y sólo íbamos para pasar el semestre y bostezar. Un día, la maestra se hartó de nuestra actitud y pasó a una de mis compañeras al pizarrón para que hiciera una tarea enfrente de todos. La morra le dijo que no la había hecho y la maestra le contestó: “Pues ahora la haces aquí”. A mí me preguntó si la tenía, le dije que no, abrió la puerta del salón azotándola y me sacó alv. Así como en la secundaria. Primero me reí pensando que era broma porque la maestra a veces hacía bromitas raras, pero resultó que sí era en serio. Fue muy vergonzoso y me enojó mucho porque nadie había hecho nada, pero sólo a mí me la hizo de pedo. Uno pensaría que en la universidad eso ya no pasa.
Carlos, ya casi acaba la tesis
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