Estudihambres: Historias de la vida real

Autor: Publiko 29 agosto, 2018


Ser estudiante, una etapa llena de aprendizajes y lecciones, aunque no necesariamente en los salones de clases. A veces los mejores aprendizajes vienen de afuera, en la hermosa y horrible vida de estudihambre.

Aquí las experiencias de algunos lectores:

El estrés

Salí estresadísima de clases y tenía que irme rapidísimo a mi servicio social. Aventé al coche todas mis cosas, me subí, lo prendí, aceleré, avancé hacia la salida y, en lo que buscaba el boletito del estacionamiento, aceleré y me llevé la pluma de la salida. Frené rápido, pero la pluma ya estaba en mi techo y tenía a un par de autos atrás de mí, así que no me libré de la vergüenza. Un señor de vigilancia se acercó para ver si estaba bien y ya de paso, preguntarme si estaba tomada. Mi carro quedó rayado, pero me dijeron que salía con polish.

Alma, arquitecta titulada.

¡Está temblando!

Primero que nada, debo decir que me aterra hablar en clase, estar al frente de la clase o cualquier cosa que implique hablar en público. Me tocaba exponer, me tomó semanas prepararme mentalmente para el asunto y por fin llegó el día. Me puse frente al salón, empecé a decir lo mío y como a los 5 minutos, empezó a temblar. Primero fue leve y me quedé callada pensando que tal vez estaba imaginándolo, pero vi que dos compañeros del salón ya se habían parado de sus asientos para salirse, así que me disponía a hacer lo mismo cuando la maestra dijo: “Hey, hey, hey, ¿adónde van?” Mi compañero más cagado de miedo le dijo, “ESTÁ TEMBLANDO, HAY QUE SALIRNOS TODOS YA, ¿QUÉ LE PASA?” Y se salió corriendo como enfermo, pero la maestra nos prohibió salir a los demás y me obligó a seguir exponiendo. El temblor ya se sentía más fuerte y yo estaba entre aterrada por la exposición, aterrada por el temblor, nerviosísima, ansiosa y con ganas de mejor aventarme por la ventana y ya. No sé cómo logré seguir hablando (tartamudeando, más bien), se oían más las ventanas crujiendo que mi voz y sabía que nadie me hacía caso. Todos estaban casi parados con sus cosas en la mano, viéndome fijamente con horror, listos para salirse corriendo, empujando y gritando cuando la maestra dejara de mamar. El pinshi sismo no paraba y la maestra se dio cuenta de que nos estaba pidiendo una estupidez y nos dijo, casi hasta de malas: “Ya, sálganse pues”. Yo ya no sabía si me temblaba el cuerpo de nervios por la expo o de miedo por el temblor o qué madres.

María, no acabó la carrera

Una pequeña siesta

Cuando estaba en la universidad, me gustaba irme a la biblioteca a tomar una siesta cuando tenía varias horas libres entre clases. Un día me despertó una señora de limpieza diciéndome: “Joven, ya se le hizo tarde”. Agarré mis cosas rapidísimo y pensé, ¿cómo sabe a qué hora me tenía que ir? En efecto, se me había hecho tarde, pero para salirme de ahí. Ya era de noche y ya estaban cerrando la biblioteca. Me perdí las clases y me perdí a mí mismo en esa mesa ese día. No sé cómo pasó, pero empecé a tener cuidado con mis pequeñas siestas en bibliotecas de la escuela.

Raúl, no se ha titulado

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