Trágame 30: Caídas del tercer piso. Parte 4

Autor: Publiko 18 abril, 2018


¿Te acuerdas que cuando eras una adolescente te pasaban cosas bien vergonzosas y decías: “trágame tierra”? Resulta que ya crecimos y nos siguen pasando las mismas pendejadas y peores, sólo que ahora en ambientes más serios y se siente bien horrible. Aquí algunas cosas que nos compartieron unas treintonas valientes:

  1. Los Testigos de Jehová

Generalmente, cuando estoy en mi casa me gusta andar encuerada. Vivo sola y me siento más cómoda. Una mañana, estaba haciendo mis cosas cuando tocaron el timbre los Testigos de Jehová para evangelizarme. Como persona normal, me dio mucha hueva abrirles, así que me acerqué a la ventana (que está junto a la puerta) para bajarle a la música. Me agaché y mis nalgas abrieron la cortina. Sólo me quedé ahí, inclinada, esperando a que se fueran. Una cosa es que me vieran las nalgas y otra que me vieran la cara para tener con qué relacionarlas. No sé cuánto tiempo pasó hasta que estuve segura de que se habían ido.

Jessica, 33 años

  1. La falda

Era mi primera semana en un nuevo trabajo. Ese día me había puesto una falda larga y aguada. Durante todo el trayecto a mi trabajo, noté que la gente me veía mucho. No le puse mucha atención; tengo el cabello azul y estoy acostumbrada a que la gente me vea raro. Una vez en la oficina, me tardé unas dos horas en darme cuenta de que llevaba todo el día con la falda metida en los calzones. Cabe mencionar que eran unos calzonzotes y por eso no me di cuenta. Nunca quise saber el apodo que me pusieron en la empresa después de eso.

Gisela, 30 años

  1.    ¿Hambre?

Soy abogada y ese día tenía que estar en los juzgados varias horas. Estaba muriendo de hambre y sentado frente a mí, había un señor que se comía un sándwich de la manera más apasionada. Sentí que lo odiaba. Fui a la máquina de golosinas y sólo pude agarrar unos Hot Nuts para calmarme el hambre. Cuando volví, el señor ya estaba con una manzana que se veía brutal y sentí cómo mis Hot Nuts se convertían en basura al lado de su comida. Fui al baño. Cuando volví, no encontré los documentos del caso que iba a ver ese día. Obvio, le eché la culpa al señor. Él me juraba que no había visto los documentos: que nunca los tocó. Yo le canté la carta legal, le dije que podía irse a la cárcel por robarse esos papeles y hasta a un par de policías le puse encima. Todo el mundo en el juzgado nos veía y el señor me dijo que seguro los había dejado en el baño. Fui a buscar, nada más por la insistencia, segura de que no los iba a encontrar… sí, ahí estaban, encima de la taza de baño. Tuve que regresar a verlo a la cara y ni siquiera me dejó disculparme del ataque de risa que le dio. Desde entonces, cada vez que veo al juez que estaba ahí ese día, me pregunta: “Licenciada, ¿hambre? Cómase un Snickers antes de que arreste a un inocente”.

Nancy, 32 años

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