Trágame treinta: Caídas del tercer piso

Autor: Publiko 13 junio, 2018


Andas por la vida a tus treinta y tantos, sintiéndote bien adulta, y de pronto te pasa algo tan vergonzoso como en tu adolescencia, pero se siente aún peor porque a esta edad ya no deberían pasarnos estas ridiculeces. La cosa es que, no importa la edad, siempre vas a encontrar un momento en el cual decir: “TRÁGAME TIERRA (A MIS TREINTAS)”.

Aquí unas historias que valientes lectoras nos compartieron:

El cansancio de la adultez

Rara vez me duermo en el transporte público, pero cambié de trabajo y ahora entro muy temprano, así que, sin darme cuenta, tomo una pequeña siesta en el camión. Un buen día me desperté solamente porque tenía un charco de mi propia baba en las piernas. Mi cabeza llevaba minutos colgando y soltando babas indiscriminadamente sobre mi cuerpo. Todavía tenía un hilito de saliva saliendo de mi boca. Varios pasajeros y la chica junto a mí me veían con asco total. No supe qué hacer, así que le limpié la saliva de la boca y me bajé. No podía vivir con eso.

Anónima, 33 años

Me ahogo

Estaba en una junta de trabajo y empecé a ahogarme con mi propia saliva. No podía dejar de toser y entre más intentaba disimular, peor se hacía. Tuvieron que parar la junta porque estaba haciendo mucho escándalo y no sé si realmente se preocuparon por mi vida. El jefe detuvo la exposición para decirme: “¿Estás bien?” Ni siquiera le pude contestar. Me duró minutos la maldita tos y nadie dejaba de verme. No importa tu edad, ahogarte con tu propia saliva es una de las cosas más horribles que te pueden pasar en público.

Ana, 30 años

El choque

Una de esas mañanas de domingo en las que estaba entre cruda, peda y desvelada, sin bañarme y con el maquillaje corrido, me llamó un vecino para decirme que le habían chocado a mi auto estacionado en la calle y que estaban los seguros de los otros coches, para que fuera a ver. Bajé corriendo, llegué al lugar, vi mi coche chocado y me puse a mentar madres como desquiciada. Se me acercó el tipo del seguro a decirme que iban a pagarme todo y a tranquilizarme. Volteé a gritarle y era un hombre altísimo, vestido de cuero, ojos verdes, mamadísimo, era un Batman chilango guapísimo. El verdadero oso no fue que me viera en ese estado, vestida así, histérica, sino que traté de coquetearle. Porque no me rindo fácil. Vi su cara de incomodidad y miedo, me vi en el reflejo del auto y dije: “Claro. Ni yo me cogía a mí misma”.

Anónima, 31 años

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