Trágame treinta: caídas del tercer piso

Autor: Publiko 15 agosto, 2018


Si pensabas que al salir de la adolescencia te librabas de los osazos, de los “trágame tierra”, estabas muy equivocada. La vergüenza no discrimina edades, pero, después de los veintimuchos, las cosas embarazosas son peores solamente porque ahora tienes la presión de ser una adulta funcional que no debería pasar por estas tonterías. Algunas lectoras nos compartieron sus historias:

La primera cita

Salí con un vato del trabajo que me gustaba desde hace meses. Fuimos al cine y la película estaba cagadísima. Estaba privada de risa y empezó a darme pena que nadie más se reía tanto y tan fuerte y el susodicho ya me veía raro. En un intento por aguantarme las carcajadas, escupí el refresco y unas cuantas palomitas sobre los señores sentados en la fila de enfrente. Después de eso no volví a reírme en toda la película.

María, 31 años

¡Feliz cumpleaños!

En mi cumpleaños número 30 decidí que quería tener la fiesta loquísima que mi yo interior deseaba a los veintitantos pero no tenía el varo ni el lugar para hacerla. Organicé el fiestón de la vida con alcohol para matar a toda una comunidad pequeña, chingos de gente, shots, DJ chingón, todo para pasarla increíble… pero me entusiasmé demasiado y me embriagué como a las dos horas de empezar, terminando dormida (casi desmayada) a eso de la 1 am, cuando aún estaba llegando gente. Fue una de las mejores fiestas del año, según me cuentan. Me la perdí.

Emilia, 30 años

Trágame tierra, literal

El chico con el que salgo es bien atlético y le encanta ir a correr todos los días. Yo odio correr, pero un día me convenció de acompañarlo y, pues, lo que una hace por amor. No tengo nada parecido a un atuendo de corredora, así que me puse un short que encontré por ahí y unos tenis que no sirven más que para verse bonitos, pero era lo que había. Salimos y creo que no corrí ni 3 minutos cuando se me salió uno de los tenis, me tropecé y me fui de cara a la tierra. Ojalá me hubiera tragado ella, pero yo sí me tragué unos 500 gramos de tierra pura. Acto seguido, una vecina me entregó el tenis que se me había salido y se había quedado metros atrás. Al menos los presentes se divirtieron con mi hazaña. El novio no me volvió a pedir que saliera a correr con él.

Gabriela, 30 años

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